Del curador “clínico” al curandero “chamán” como posible práctica de sentido.

(uno de cuatro comentarios que forman parte de la ponencia  presentada por Arnoll Cardales en la Universidad Experimental de las Artes. Decanato de Artes Plásticas, Caño Amarillo, Caracas. Jueves 27 de abril, 10:30 a.m.)

El rol del llamado “curador”, es una denominación que se puede asociar fácilmente con la práctica médica como parte de una lógica ilustrada, que buscaba –y busca aún– la sistematicidad ordenadora, ortopédica, cosmética y profiláctica (falsa), basada en los valores positivos y objetivistas; ejercida desde el siglo XVII e incorporada más adelante a una de talante industrial y productivista en el siglo XVIII.

El orden simbólico ha sido la forma que la humanidad ha convenido constituir, a través de tramas históricas significantes, una “realidad” donde entran todos sus objetos culturales, ya sean creencias, mitos y en consecuencia también, el sentido depositado de sus finalidades más concretas en tanto pulsiones e intereses sociales y políticos.

Carmen Hernández, remite al texto La ciudad letrada de Angel Rama, al referirse concretamente a la creación y constitución de la urbe “moderna” latinoamericana, evidenciando Rama, el carácter simbólico encarnado en ellas, y la lógica que estas constituían a efectos de lo social. Al respecto puntualiza que:

(…) desde sus fundaciones, las ciudades americanas estuvieron regidas por una razón ordenadora, visible en la organización urbana sustentada en la retícula de damero, cuyo orden permitía definir espacialmente su respectiva jerarquía social. Rama aclara que desde su construcción física, la ciudad debía existir como  representación simbólica, y en esta tarea, la palabra escrita adquirió una particular importancia pues fue la encargada de fijar las ordenanzas, desplazando a la palabra hablada a una situación de precariedad y no de legitimidad. El orden fijó así sus límites en la representación del deseo de un grupo intelectual dominante (Hernández, 2011:68).

Es evidente la cristalización, en el caso de la conciencia de este importante aspecto en la constitución del sujeto por parte de la cultura hegemónica, para ejercer la manipulación desde estructuras concretas que ya forman parte de los mecanismos y dispositivos que introducen valores que convienen a unos pocos.

Lo simbólico, logran de manera directa e indirecta (impuesta y orgánica), formas de conocimiento que proporcionan un contacto social con determinados fenómenos concretos dentro de ella.

En este sentido el antropólogo Adolfo Colombres, nos proporciona un comentario orientado a definir el mecanismo y funcionamiento del símbolo, pero desde una perspectiva no manipulativa –como ya se ha descrito anteriormente– sino que dicho comentario, está pues, orientado a explicar –en el caso de la naturaleza primigenia de la función del símbolo– su constitución y fuerza dentro de las dinámicas humanas “no contaminadas”, y de cómo esta función de lo simbólico, actúa como constituyente ontológico en todo lo que “objeto” de interés se conforme como tal, en y desde el sujeto. Al respecto Colombres puntualiza:

Dicha fuerza establece una relación entre la forma y la identidad, proporciona un nombre a cada cosa y un sentido (es decir, un valor), es decir, disponiéndola a una jerarquía que, como vimos, no es universal sino propia de cada cultura, y otorga un fundamento a su racionalidad. Hay una fuerza informante, pero su apropiación solo puede darse por la apropiación del símbolo. La fuerza que reside en las cosas se traslada sin pérdida de identidad a este, el que suele incluso potenciarla. Aún más, hay culturas como la bantú, en las que nada existe como tal sin el símbolo. Antes de que el sacerdote asigne un nombre al niño recién nacido, este pertenecerá al orden de las cosas. Se considerará así que es el semen de la palabra lo que confiere la humanidad, y no el mero hecho de provenir del vientre de una mujer (Colombres, [2011] 2014, 101).

Conectado todos estos argumentos con los móviles y categorías ya comentadas, recordamos que el llamado “curador” en el campo médico, al igual que para el artístico, representa dentro del orden simbólico aquel que “cura”, “conserva” y “limpia” un (os) cuerpo (s). Su autoridad positivista se expresa a través de la jerarquización del saber “autorizado” y autoritario arropado por el gran dispositivo institucional de poder como bien es la comunidad médica aglutinada en los hospitales y clínicas, mientras que en la artística son los museos, ferias de arte, galerías y salones. Esta praxis en sus inicios hasta la actualidad, está orientada y relacionada muy estrechamente con la lógica de todo un modelo que bebe de la tradición mecánico-conservacionista en la primera modernidad del siglo XV y luego reafirmada en el XVIII.

 Es así como a través de la creación artística y cultural se puede notar una tendencia que adversa lo biológicamente orgánico, por medio del espíritu que da al logos cartesiano: el sentido de ver lo humano como término, sin admitir la contingencia entrópica propia de la vida. Es así como por ejemplo, desde el Renacimiento, notaremos los inicios de la conciencia “restaurativa” y aquella concerniente a la de los llamados “monumentos”, es decir, de la “recuperación-restauración” del legado antiguo encarnado en sus efigies y templos como parte del sentido que organiza, tanto al campo artístico moderno, como al de la medicina.

Por otro lado, y –continuando en este mismo orden de ideas– la noción del mal llamado “chamán”, o “curandero” a diferencia de las anteriores concepciones positivas y cientificistas, se puede definir –aproximándonos lo más cercano posible a su sentido– como aquel que no impone un saber, una práctica. Él es el encargado de despertar en su grupo étnico, las propias potencias que conectan a cada sujeto con un entorno que no está separado de él, que no es un saber mesiánico, unipersonal y autoritario –al contrario– más que un “líder” dentro de una comunidad, es aquel que manifiesta la libertad de cada sujeto individual dentro del saber grupal en tanto conciencia con su entorno, constituyéndose en multiplicidad heterogénea, es “(…) sacerdote, filósofo, manipulador, marginal convertido en psicólogo, artista y, desde luego, médico” (Perrin, [1992] 1995: 8). Es el depositario y transmisor del legado “cultural” arropando especialmente las artes de la sanación, como también de la enfermedad a través de la oralidad común a todos los sujetos miembros de la comunidad: sus historias, rituales curativos, saberes atávicos y sus sueños presentes en cada acto cotidiano pleno de sentido común al grupo.

La “común-unidad” en esta noción, es vivida desde el saberse integrante de actitudes y fenómenos humanos que desbordan lo racionalmente aceptado –visto desde el sentir meramente occidental– que ha separado, desde el pensamiento de la antigüedad, la integralidad del sujeto en todo sentido.  Lo humano es asumido desde esta práctica de vida como hecho “extraordinario” en la cotidianidad de la existencia terrena. El curandero es un simple “receptor en el sentido físico del término” (Perrin, [1992] 1995: 163).

Las pulsiones humanas oscuras y fantásticas acuerdan unidad desde aquellas que Occidente por ejemplo, ha binarizado de manera reductiva como concepción de lo “noble” o “luminoso”, en detrimento de lo “oscuro” y “grotesco” de éste.

El “curandero” es un sanador ante todo, y sus procesos están ligados a un grupo y el legado compartido a través de los tiempos. Así mismo, Foucault nos apuntará, con relación al sentido primigenio de lo que se llamó “la clínica” antes de constituirse saber “autónomo” y “especializado” en Occidente, aportando, en el caso de este comentario un argumento que refuerza y revela un saber oculto en capas representacionales, “naturalizadas” en tanto modelo ordenado y ordenador. A este respecto el autor señala lo siguiente:

Antes de ser un saber, la clínica era una relación universal de la humanidad consigo misma: edad de felicidad absoluta para la medicina. Y la decadencia comenzó cuando fueron inaugurados la escritura y el secreto, es decir la repartición de este saber en un grupo privilegiado y la disociación de la relación inmediata, sin obstáculo ni límite entre mirada y palabra: lo que se había sabido no se comunicaba ya a los demás y vestido de nuevo en la cuenta de la práctica sino una vez pasado por el esoterismo del saber (Foucault, [1966] 2004: 85).

Aquí el autor nos proporciona un espejo relacional, desde donde establecer un paralelo histórico de los inicios del pensamiento que parceló un conocimiento y saber que se consideraba parte de una tradición socialmente abierta a todos los sujetos.

Desde los territorios en estas ciencias positivas, ya avanzada la modernidad clínica respecto a la visión que esta tendría de otras tradiciones muy afines a la demanda de Foucault, notamos que el sujeto de condición “curandera” o mal llamado “chamán” es y será visto por Occidente como un histérico. A esto Michel Perrin dirá de la aún sobreviviente etnia wayuu, con relación a lo que ella puede significar y traducir de manera análoga al sujeto enfermo que: “no se descarta que un individuo perturbado pueda sentirse atraído por el chamanismo porque proporciona un lenguaje del cuerpo que le permite expresar sus trastornos ([1992] 1995: 141). Es así como la mirada occidental desde su posición descontextualizada puede llegar a traducir aquello que le es ajeno por el hecho de no pertenecer a su marco de referencias, órdenes y categorías cerradas como noción o idea de “normalidad” clínica.

Descarga el texto completo aquí 

 

Circuito insitu-accional/inter-acciones en el contexto. Yarines SuárezDisnea, (curandería: plataforma El Patio/La Juntadera) febrero 2016.

 

Acciones interacciones, primera conexión Blanca Haddad, Barcelona España/Nela Cote, Caracas Venezuela, (curandería: plataforma El Patio/La Juntadera) marzo 2016.

 

Insitu-Acciones, Poética Mínima, (curandería: plataforma El Patio/La Juntadera) mayo 2016.

 

La Juntadera II: segunda reunión estético-grupal, (curandería: plataforma El Patio/La Juntadera) febrero 2016.

 

Interdisciplinaría, Cuerpo Memoría y Experiencia: Génova Alvarado, Patricia Cebreiros y Anahís Monges, (curandería: Arnoll Cardales, diciembre 2016.

Rob maldonado: Estudio sonoro dos para live cinema/acciones simultaneas vía internet (curandería: Patio/La Juntadera, marzo 2017.

 

Arnoll Cardales, (Apuntes) Caracas- Cartagena-Caracas 2016-2017.

 


 

Referencias

Colombres, Adolfo. ([2011] 2014). Teoría transcultural de las artes visuales. Caracas: Ediciones ICAIC.

Foucault, Michel. ([1966] 2004). El nacimiento de la clínica. Una arqueología de la mirada médica. Buenos Aires: Siglo XXI editores S.A.

Hernández, Carmen. (2011). Insubordinación: Diamela Eltit y Paz Errázurriz. Urgencia y emergencia de una nueva postura artística en el chile postgolpe (1983-1994). Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana C.A.

Perrin, Michel. ([1992] 1995). Los practicantes del sueño. El chamanismo wayuu. Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana C.A.

 

 

 Agradecemos a Arnoll Cardales por ceder este documento.

 

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