Cuando llegue la luz (o seguir a las luciérnagas)

Por Manuel Vásquez-Ortega

 

Como acuerdo ancestral irrevocable, las historias sobre apariciones, espectros y fantasmas se han adherido a las sombras para crear así la certeza de que en ellas se deposita no más que desesperanza, sustantivo que impera -ahora más que nunca- en el país del gerundio eterno, tras la serie de apagones nacionales continuos desde el pasado mes de marzo. Desde siempre, los miedos han pertenecido a la oscuridad como las alegrías a la luz, la bondad al día, los demonios a la noche. Sin embargo, más allá de los temores presentes en el imaginario nocturno, la oscuridad es también una idea asociada a la ausencia, la totalidad de la nada y el vacío, sobre la cual, tras cerrar los ojos se amplía inconmensurablemente un escenario de posibilidades que dan lugar a la imaginación, “esa capacidad de producir y descifrar imágenes, de codificar fenómenos en símbolos bidimensionales y decodificarlos posteriormente”.

En la oscuridad reflexionamos, imaginamos. En ella el pasado y el futuro se entremezclan para -en muchos casos- recordar, superponer imágenes y (a pesar de sus diferencias) elaborar otras tantas. Tal es el caso de la obra Viajero 1 (2003), de Julia Zurilla, en la cual la autora materializa una imagen de realidades opuestas a partir de una toma fija de video del Complejo Criogénico José Antonio Anzoátegui. La oscuridad del acto es interrumpida por las luces producidas por los procesos industriales y el paso de fugaces automóviles, mientras aparece, a manera de subtítulos, una conversación entre un arraigado personaje y un viajero: “Al hombre que muere en tierra extraña se le separan el cuerpo y el alma. (…) El cuerpo queda allí donde lo entierran y el alma vaga errante por el espacio, sin decidirse nunca entre el cielo y el infierno”, dice el Dueño de la Casa, en un diálogo entre tradición y progreso en medio de la hibridez del paisaje noctámbulo.

 

Viajero 1 (2003), Julia Zurilla.

 

La presencia de un complejo energético de este tipo manifiesta -tal vez demasiado pronto- la noción de un país moderno y con planes de desarrollo; pero ¿cómo y cuándo comienza un país a civilizarse? ¿Cómo se transita del moler la caña de azúcar por medios manuales a hacerlo con energía producida por el vapor? ¿Cómo se abandona el transporte por medio de animales por el mecanizado? Mucho de eso fue lo ocurrido en la Venezuela secular decimonónica: En 1.882, la revista caraqueña “El Cojo” anunciaba la entrada del país en el siglo de la electricidad: “La Luz Eléctrica es la Luz del Porvenir”, titulaba, y un año después, una planta eléctrica iluminaba en la noche del 24 de Julio el Teatro Municipal, los alrededores del Capitolio y la calle Comercio de Caracas. Ya en 1968, todo estaba dado para el inicio de la construcción del Embalse de Guri, impulso determinante para el desarrollo moderno de la nación.

 

Contrato Colectivo Cromosaturado (2014), Alexander Apóstol.

 

Poco menos de 50 años han pasado de la finalización de la represa, y ya una crisis eléctrica (profetizada por muchos) ha sumido en la oscuridad a aquél país que ostentó la infraestructura energética más avanzada de la región. Con estas instalaciones como escenario, Alexander Apóstol plantea una historia tripartita narrada a partir de la apropiación de recursos del arte cinético en su Contrato Colectivo Cromosaturado (2014), en la que un mismo personaje (un bien parecido obrero del Guri) emprende una carrera política, algo rápida, algo deshonesta, hasta comparecer ante la justicia. A lo largo de seis capítulos silentes, la cromosaturación y los escenarios de Carlos Cruz Diez funcionan como el “ambiente artificial que sumerge al visitante en una situación absoluta”, en la que el color es a la retina lo que la corrupción es al poder, hasta demostrar que el progreso y el cinetismo venezolano parten del mismo acontecimiento primario: la ilusión.

Por otro lado, la luz y el color son también tema en la sucesión de imágenes de Beto Gutiérrez, titulada Fe de erratas (RGB), en la que cuatro velas se derriten sobre una pila de papel hasta causar su incendio. Si bien la acción habla en primera instancia sobre la impresión fotográfica, la presencia del azar y las posibilidades del error que dan sentido a la obra amplían las posibilidades de su discurso, en el cual, como la memoria misma, el video congela los cuadros para desarrollarse a partir de imágenes individuales, fotografías, esas que para Susan Sontag componen la unidad fundamental del recuerdo. Pero, ¿cuál es la lista de errores que componen nuestras memorias, sean en modelo de color sustractivo, o por superposición? ¿Qué perfil de color se utiliza para recordar? ¿Cómo nos aseguramos de ver las imágenes de nuestra historia con la certeza de que lo que cuentan se conserve fiel a lo que fue, a pesar de la oscuridad?

 

Fe de erratas (RGB), Beto Gutiérrez.

 

Bien es sabido que, en el ojo humano, la ausencia de luz desinhibe una serie de células periféricas de la retina, hecho que hace posible ver en la oscuridad; para Giorgio Agamben, en cambio, esta acción se presenta como mucho más que un mecanismo anatómico de adaptación, sino como un espacio de reflexión sobre aquello que implica ser contemporáneo: individuo capaz de percibir “la oscuridad de su tiempo como algo que le concierne y no deja de interpelarlo, algo que, más que toda luz, se dirige directamente a él”. Pero, ¿qué implica ser contemporáneo en un tiempo como el nuestro, en el que el universo parece haberse invertido y el infierno se encuentra en la plenitud de lo visible? Si bien para el autor, “todos los tiempos son, para quien lleva a cabo la contemporaneidad, oscuros”, para Georges Didi-Huberman, en ésta oscuridad irrumpe y domina un potente foco perseguidor de sus enemigos entre las tinieblas: el poder.

Contradicción, corrupción, errores y oscuridad en mayor o menor medida coexisten así en la dilatada noche venezolana, en la que, los “consejeros pérfidos” (en términos dantescos) se encuentran en plena gloria luminosa. Sin embargo, la imagen de una frágil luz conquista lo absoluto de la oscuridad para, brevemente, dar un atisbo de posibilidades más allá de lo que no se ve: una luciérnaga, metáfora que habla  tanto de la fragilidad propia del ser humano como de la supervivencia de individuos frente a la hegemonía, ese reflector feroz cuya luz no resplandece, sino que sobreexpone hasta calcinar.

En medio de este foco, se desarrolla la supervivencia de los amenazados (luciérnagas para Gigi-Huberman, contemporáneos para Agamben) en esos huidizos, efímeros, pero poéticos momentos en los que la imagen de una luz propia, autónoma, es emitida como señal de firmeza en medio de la corrompida tiniebla. Una imagen-luciérnaga es entonces aquella que “protesta contra la gloria del reino y sus haces de dura luz”, desmonta, analiza, contesta. Bajo esta premisa, imágenes como la Reevaluación (2017) de Érika Ordosgoitti hacen luz desde su íntima oscuridad, a partir de la quema de un símbolo del grotesco fracaso del absolutismo bolivariano: el billete –ya extinto- de 100 Bolívares, imagen que nos muestra el modo en que el tiempo se nos hace visible: el de la destrucción y la supervivencia.

 

Reevaluación (2017), Érika Ordosgoitti.

 

En algún momento dado de nuestras vidas dejamos de ver a las luciérnagas, sin saber si fueron aniquiladas por la noche, por la vileza de los reflectores o porque perdimos la capacidad notarlas. ¡Cuánto puede sobrevivir una luciérnaga, en las condiciones que sacuden su existencia! ¿Por qué cada vez vemos menos? ¿Han acaso desaparecido? Según Didi-Huberman, definitivamente no, pues desaparecen “en la sola medida en que el espectador renuncia a seguirlas”. Hecho que hace necesario abrir los ojos en medio de la noche, desplazarse sin descanso, seguir siempre a las luciérnagas. En medio de estas búsquedas, encontrar otros fenómenos lumínicos (incluso meteorológicos) en los que, la aparición de una luz que “busca alcanzarnos y no puede hacerlo”, nos lleva nuevamente a tener fija la mirada en la oscuridad de la época, pero también percibir en ella, una luz que, directa, versándonos, se aleja infinitamente de nosotros.

“Es decir, aun: ser puntuales en una cita a la que se puede solo faltar…”

En alguno de los límites de la cuenca del Lago de Maracaibo, una descarga silente desgarra el plano del cielo nocturno tan fugaz como misma la señal de una luciérnaga: el Relámpago del Catatumbo. Así el Estudio de la Luz, Catatumbo (2011) de Suwon Lee se convierte en testigo puntual de ésa cita recurrente pero irrevocablemente no consumada, en la que el relámpago, la supervivencia, aparece sólo por la presencia de la oscuridad, mientras a lo largo de 16 fotografías que componen la serie, la artista captura la imagen poética de la centella y su penumbra, destacando sus matices, su poder, su permanencia.

Siglos de tradición occidental han creado la idea de un Día Último anhelado por muchos, en el que advenimiento de una gran luz de toda luz trae consigo una salvación suprema, llámese Juicio Final, salida, invasión, etc. Por su parte, las luciérnagas y todos aquellos fenómenos de luz palpitante nos enseñan que la destrucción nunca es absoluta, y son ésas supervivencias (y sus imágenes) las que nos eximen de creer que una última salvación sea necesaria para nuestra –verdadera- libertad; pues, ni el Juicio Final existe, ni el enemigo ha acabado de triunfar.

 

Estudio de la Luz, Catatumbo (2011), Suwon Lee.

 

Referencias:

AGAMBEN, G. Qué es lo contemporáneo (2018).

DIDI-HUBERMAN, G. La supervivencia de las luciérnagas (2012) Abada Edit, S.L. Madrid.

FLUSSER, Vilém. Hacia una filosofía de la fotografía (1990). Editorial Trillas, México.

SONTAG, Susan. Ante el dolor de los demás (2003).

 

Acerca del autor: Manuel Vásquez-Ortega (1994) es tesista de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Los Andes y preparador de Historia de la Arquitectura. Como investigador independiente de la ciudad contemporánea y sus imaginarios ha presentado los resultados de sus búsquedas en eventos académicos y artísticos como: 20º Salón Jóvenes con FIA (2017), Trienal de Investigación FAU-UCV (2017), I Salón “Representación contemporánea de la imagen” – IV Festival Méridafoto (2016), 12º Salón Nacional de Jóvenes Artistas MACZUL (2016) y XIII Jornada de Jóvenes Críticos UCAB (2016). Articulista para el Blog de la Organización Nelson Garrido y el Archivo de Fotografía Urbana.

 

 

 

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